domingo, 15 de marzo de 2015

Microrrelatos de amor


     Este mes temos uns microrrelatos excelentes! Pedímoslles que nos fixeran microrrelatos de amor e o resultado é este:

     Mi corazón roto
— ¡Feliz día de San Valentín! —le dice mi mejor amiga a Juan, su novio.
     Me gustaría saber lo que se siente, eso de entregar tu amor a una persona debe de ser precioso. Tristemente, hoy en día nadie quiere a una niña “contaminada”, sin pelo y con ojos tristes de enfermiza. Así que aquí sigo, sola otro catorce de febrero con mi corazón roto.

     Era un dia como otro cualquiera, despertarse a las ocho y media, desayunar, vestir a los niños para ir a visitar a mi mujer, Sam. A Tomás y Samanta Jr. no les agrada la idea de ir a ver a mi querida, pues la odian profundamente por abandonarnos. Aun asi, yo la seguía queriendo como el primer dia, y por eso mismo le llevaba rosas cada semana. Estábamos todos listos y fuimos a visitarla. Cuando le dejamos sus flores, salimos del cementerio a comer en familia los tres.


     Por fin había llegado el día que llevaba esperando durante meses, el 14 de febrero. Estaba eufórica, la noche anterior no había podido ni dormir de lo nerviosa que estaba. Cuando estaba sentada en el sofá, sonó el timbre y, al abrir la puerta, me encontré con un mensajero, unas flores y una tarjera que decía: «Tu querido anónimo te desea un feliz San Valentín».
     Vaya decepción más grande, yo estaba esperando que llegara la nueva colección de cómics de mi autor favorito


     Me desperté y me vestí. Miré el móvil y vi qué día era hoy, 14 de febrero. Se supone que si quieres a alguien lo quieres los 365 días del año, pero la sociedad no lo ve así. Ya son cinco años los que llevo sentándome a las tres de la mañana en aquel banco, donde empezó todo. Mucha gente debe de pensar que estoy loca. Puede, no sé, pero confío en que estés en aquella estrellita que destaca en el cielo negro, y que me observas y me acompañas siempre desde allí.


     Lluvioso y frío febrero
     Llovió. Llovió como nunca ese mes de febrero. Llovió e hizo frío. Tanto frío como un invierno en Finlandia. Tanto que calaba hasta los huesos. Y mis ojos estaban tan cansados y tan llenos de miedo que solo supieron bailar con febrero… Llovió. Llovió como nunca en mis pupilas. 
     Y eso de que no todo es blanco o negro fue mentira aquel mes. Porque todo fue negro. Tan negro como el azabache de sus ojos. Porque creo de verdad que mi mundo lloraba y suplicaba que la oscuridad desapareciera.
     Llovía y lloraba aquel febrero que te fuiste.



     Ese amor
     Ese amor que viene a la habitación cuando estás triste, ese amor que te levanta la mano con el hocico para que lo acaricies, que te pide que le des de comer. Ese amor, que anda a cuatro patitas, no se puede explicar.


     Iago o desemparellado
     Era a véspera do baile de San Valentín e Iago non tiña noiva, así que pediullo á máis fea do instituto, pero ela díxolle que non. Pediullo á súa veciña Cecilia, que se cría Cleopatra, e díxolle:
     —Como te atreves, simple campesiño, a pedirme semellante cousa?
     Preguntoulle á súa nai, pero díxolle que non. Así que, moi triste, foi pedirllo á súa mellor amiga e, víndolle a cara, díxolle que si, sen contarlle que ela tampouco tiña parella para non quedar á súa altura.


     Sin identidad
     Cada beso que te daba estaba lleno de amor, su corazón llevaba tu nombre, pero tú jugaste con él. Ella ahora recoge cada noche los pedazos de su corazón herido y los intenta pegar con lágrimas que salen de sus ojos verdes, pero ya no es el mismo. Mírala, idiota, la destrozaste, te equivocaste.


     El amor está en el aire
     Érase una vez un gorrión que no sabía volar. Vosotros diréis: ¿Cómo no va a saber volar si es un pájaro? Pues resulta que a este gorrión le daban miedo las alturas. Se enfermaba cada vez que despegaba las patas del suelo. Una noche, en la que podía acostarse más tarde, descubrió en el cielo una hermosa bola blanca que resplandecía. Se quedó maravillado, completamente enamorado de aquella preciosidad que estaba tan alta, quería cogerla y acariciarla entre sus brazos, con tal ansia que cuando se dio cuenta había despegado las patas del suelo y estaba volando en dirección a la luna.


     Un amor fuera de lo normal
     Mi gato Manolo y mi perro Federico son muy raros. Normalmente, los perros y los gatos se llevan mal, pero los míos se quieren mucho. Pasan todo el día juntos, hasta comen del mismo cuenco.
     Cuando quiero sacar a Manolo a pasear, Federico quiere venir y si quiero sacar a Federico, Manolo también se apunta, y yo no soy quién para decirles que un perro y un gato se tienen que llevar a matar.


      Espejismos
     Siempre había pensado que eso del amor era una chorrada sin sentido. Pero ahí estaba ella, tirando por tierra mis argumentos. Cada momento con ella era dulce como una gota de miel. Todo en ella era perfecto: su pelo, sus ojos, su boca… Pero lo mejor era su risa. Sus dientes blancos asomaban por entre sus labios mientras su pecho subía y bajaba al ritmo de la carcajada. Casi al final del día me había armado de fuerzas para besarla. Me acerqué delicadamente, pero cuando iba a hacerlo, ella se fue. Me desperté de golpe. “Mierda, otra vez no”.


     Eu xa rematara as tres botellas de viño que tiña gardadas para este San Valentín, e a cea romántica para dúas persoas, á que só acudiu unha. Fun ao bar,triste e abruado, e sentei na barra . “Señor, déame o máis forte que teña”, dixen. Grata foi a miña sorpresa cando aquel home, serio e profesional, deume unha aperta.


     Como cada mañá de tódolos 14 de febreiro, encontrábame sentada no mesmo banco de sempre, coa miña rosa na man e un baleiro no corazón. Xa era o quinto ano que facía o mesmo, e os meus amigos aínda se preguntaban por que seguía vindo ao cemiterio o día dos namorados. A resposta é moi sinxela. Non hai maior amor neste mundo que o dunha nai e a súa filla.


     As dúas tarxetas
     Era o día de San Valentín, Laura e a súa clase enviábanse tarxetas cada 14 de febreiro. Aquel día era especial para ela, nunca ninguén lle dedicara unha, pero non perdía  a esperanza. Acercouse ao caixón agarrándose á mesa con coidado de non caer, si, tiña dúas tarxetas co seu nome, abriunas contenta, pero non lle gustou o que poñía nunha delas: «Nunca te amarán».
     Laura colleu e rompeu as tarxetas sen dar oportunidade de ver a outra. Martín, o neno que lle escribira a segunda, sentiuse mal, xa que a el si que lle gustaba Laura, e o que dicía na súa tarxeta era: «Sempre te quererei. P.D.: Eu serei os teus ollos».

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